Museum Store de Barcelona. El País se hace eco de su primer aniversario

Periodista y escritor Sergi Pàmies

Museum Store de Barcelona. El País se hace eco de su primer aniversario

El periodista Sergi Pàmies publica una crónica en el diario El País del 13-11-1999 donde se hace eco del primer aniversario de la tienda Museum Store de Barcelona.

Con su fina ironía divierte al lector con expresiones de gente que opina que «Lo que más me gusta de los museos son sus tiendas, librerías, cafeterías y restaurantes», visitantes de museos que casi nunca hablan del Arte expuesto, sino de su mercadotecnia derivada.

De ahí que celebra el acierto de la creación en Barcelona de la tienda Museum Store (calle de Rosselló, 248), que acaba de cumplir su primer aniversario. Se trata de un local especializado en todos aquellos productos que se pueden encontrar en las tiendas de los museos. Su ideólogo y fundador, el pintor Ramon Llinas, decidió combinar sus dotes de empresario, su afición al arte y su vena coleccionista con un negocio que fuera, además de rentable, una excusa para extender el conocimiento de las obras de arte más allá de las paredes de los museos. La visita vale la pena: en unos metros cuadrados, el cliente puede contemplar recuerdos de obras de arte de distintos museos del mundo. Esos objetos, sin perder el valor de pieza de regalo ni caer en el tópico del souvenir, se salen de la clásica corbata o la recurrente estilográfica.

Junto a la entrada, la pieza más irónica de la tienda: una reproducción enorme para hinchar de El grito, de Edward Munch. A partir de aquí, se abre un universo de variedad: bolígrafos con un taxi descendiendo al museo del Soho, otro bolígrafo de las National Galleries of Scotland, reproducciones en miniatura de piezas de arte griego o romano, lupas del Guggenheim de Bilbao…

El recorrido produce una curiosa sensación de vértigo. De repente, la historia del arte es abducida por la historia del comercio del arte, mucho más pedestre y más productiva. El impresionismo cabe en un calendario, el surrealismo decora una agenda, el futurismo soviético es reciclado para ilustrar una colección de esos imanes de nevera que utilizamos para sujetar notas tan profundas como, por ejemplo, «hay que comprar zanahorias». Llaveros de Keith Haring, pañuelos de Picasso, pendientes hindúes o pulseras africanas, todo queda relativizado por el igualitario código de barras.

La retina tiene que trabajar a todo ritmo para percibir los matices de una lámina de La cortesana Hanaogi o para comprender que el muñeco de peluche que preside uno de los estantes es surrealista. Y, de vez en cuando, para compensar tanta mezcla de osadías, una pieza artísticamente intachable: el catálogo de una exposición del Grand Palais o una estupenda colección de discos compactos del Museo de Arte de Filadelfia que ilustra musicalmente la biografía de artistas como Brancusi, Mackintosh, Degas, Cézanne o Kahlo.

Sin poderme reprimir, compro un compacto de Mackintosh -música escocesa tradicional y de principios de siglo- y el de Frida Kahlo, que incluye el excepcional Salón México, de Manuel M. Ponce.

Los objetos de la Museum Store evocan los recuerdos de visitas a museos: El vestíbulo del Museo de Calouste Gulbenkian de Lisboa, el Museo de Arte Moderno de San Francisco, el museo didáctico Vasarely, en Gordes.

Si la historia del arte cabe en un cenicero, ¿por qué no iba a caber la historia de las tiendas de los museos del mundo en una pequeña tienda de la calle de Rosselló?


Autor: Ramon Llinas | Artículos

Etiquetas:
Ramon Llinas
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